Caminante no hay camino.....


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lunes, 22 de febrero de 2010

Lo de Gino


Las vacaciones empiezan el primero de diciembre. Son mañanas frescas, una camisa de algodón azul, la solera beige con bordados marrones, los zapatitos blancos. A la mañana vamos a buscar el pan a la Belgrano, a cuadra y media de casa, sólo cruzar Espora. Con la bolsa de tela: mediokilodepanmediotostado. Siesta con revistas mejicanas y las fotonovelas sin que los viejos sepan: Enrique Kossi, Pablo Morán el bonito, romance en blanco y negro. Siesta en la que no se tiene que mover ni una mosca porque de eso depende la salida de la tarde. Después de las cinco, los parlantes del club Altense empiezan con los tangos:

"...Tardecita criolla, de límpido cielo
bordado de nubes, llevas en tu pelo.
Vinchita argentina que es todo tu orgullo...
¡Y cuánto sol tienen esos ojos tuyos! ..."

Salir a jugar con la Martucha en el paredón de su casa, en donde cada ladrillo es un cajoncito de la mercería inventada. O con la Cristina que va a ser bailarina clásica y en la vereda nos baila la muerte del Cisne, aleteando desesperada con sus brazos alguna música que no suena, de la que sólo entendemos la tristeza. O sentarnos en la ventana baja de la esquina, donde viven las hermanas Calvo, a charlar como si supiéramos.
Las baldosas de la vereda que no se hizo y que duermen en el pasillo: discoteca que atendemos por turno con el Mario y su hermana la Mary.
Y antes de las nueve, nos vamos a cenar, todos. A veces volvemos a salir a la vereda para estirar el tiempo hasta irnos a dormir, porque hace calor, porque estamos de vacaciones, porque nos gusta ver cómo el padre de la Martucha fuma su pipa sentado en el umbral de la entrada de su casa. O ponernos debajo del farol de la esquina a ver cómo van cayendo los cascarudos justo en el centro de la calle.
A veces, y qué bueno, los grandes dicen: Vamos al centro a tomar un helado. A lo de Gino, a lo de Gino vamos. Caminamos hasta la esquina de Yrigoyen, doblamos a la derecha y siete cuadras por la plaza y el centro hasta una cuadra antes de que se termine, doblamos otra vez por Humberto y casi, casi llegando a Rivadavia: la heladería de Gino.
Pistacho de color raro, dónde viste comerte algo celeste verdoso. Chocolate, crema rusa, americana o limón. No hay mesas o sillas en la vereda. Hacemos la cola adentro porque Gino cobra y atiende, atiende y cobra. Y a veces lo hace su familia. Entonces Gino conversa en la puerta del negocio con algún conocido. Mientras esperamos le miramos los zapatos raros, de color claro, casi maíz. Zapatos de horma italiana sabremos después. Y el pantalón blanco y la camisa a rayitas, cadenita y medalla al cuello, anillo, reloj de oro. Gino el heladero, Gino el tano que vino al empezar los cincuenta.
Los helados no son baratos. No todos los días. Pero cuando están, qué alegría, ese frío en la boca que te duerme la lengua y después no podés hablar. Volver por la misma Yrigoyen, porque Rivadavia nunca tuvo negocios de centro, digo, con vidrieras interesantes. Mientras comemos con cuidado del vasito nos paramos en lo de Frías a ver las revistas. Y en el Español, para ver qué cinta estrenan esta semana. Ya casi cerca otra vez de la plaza el helado de Gino es un recuerdo. Pero nos queda el vasito, para clavarle los dientes y sentir que se deshace en la boca con el culito de crema que quedó en el fondo.
Volvemos despacio, a tomarnos un vaso de agua helada, o la soda que nos trae Staltari a la mañana en el carro de sodero. Porque el helado da sed, y ya somos grandes y, aunque tomemos agua o soda, no nos vamos a mear en la cama, ahora, que nos vamos a dormir. Con el vaho de los espirales que no son Raid ni ahí. No leas en la cama porque se te gasta la vista, y encima, gastás luz. A dormir que ya es tarde...
Y todavía te queda, en el fondo de la lengua el helado de Gino...

No vayas ahora, te vas a encontrar con un cajero del Banco Nación...Una lástima.

1 comentario:

  1. Fue la primera heladería a la que me llevaron con el jardín, año 1984. Después se vino abajo...

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