Caminante no hay camino.....


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jueves, 26 de agosto de 2010

Somos perros sin pedigrí......

Disfrutalo al Barragán. Buena música, buen contenido...Para todos nosotros, perros sin pedigrí y con hocico más que negro.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Hubo otra historia...

...Y se hizo pública. Y no es un relato inventado. Y no es la historia oficial. Y se abrió paso a través de los intrincados laberintos en donde el poder la acechaba. Y se iluminó. Y se brindó al pueblo. Y hoy nos parece que estamos un poco más limpios. Como cuando la Ley de Medios. Como cuando la Ley del Matrimonio Igualitario. Hoy estamos un poco más limpios porque empezamos a sacarnos toda la mugre que la dictadura y el poder mediático nos habían metido en el cuerpo.
Hay otra historia...Es la nuestra...
Escuchalos a la Silvina y al Litto,y, si querés, llorá un poquito. No importa. Hoy es alegría.

viernes, 20 de agosto de 2010

¿Qué tren?


Al final lo dijo. El niño Maurizio. Y lo ratificó con los dientitos llenos de rabia su delfín en el Congreso. Mezclando la imagen del que se cae o lo caen del tren de la historia, con la defenestración casi medieval con la que en los cónclaves políticos se castigaba a los indóciles: así de fácil, tirándolos por la ventana, que eso viene a ser la defenestración.
Y el niño unió las dos cosas, aunque suene raro eso de la ventana del tren. Será porque él nunca lo utilizó. Será porque en su niñez se perdió el invalorable traquetreo que te acompaña mientras vas durmiendo.
Y se metió con la imagen que lo va a hundir solo. Porque, qué cosa, del tren se fueron cayendo, arrojados por la globalización, los miles de argentinos que habían escuchado y creído en el salariazo. Al tren tan veloz del menemismo se quedaron muchos esperándolo en las estaciones cerradas. Y el otro tren, ese que ya no tuvo vías, porque "ramal que para...ramal que cierra". Así que ya hubo un tren que arrojó argentinos por sus ventanillas, Maurizio, ventanillas. Hubo un tren al que no pudieron subir los que hicieron todos los esfuerzos, y del que se tuvieron que bajar también los que hicieron todos los esfuerzos.
¿A ese tren se estará refiriendo el niño? ¿ Al tren de su propiedad? ¿Al tren de la restauración neoliberal?
Indudablemente. En ese tren el kirchnerismo no tiene lugar, porque en ese tren no se lo aguanta más, porque, como dijo Pinedo, largentina, como lagente, ya no aguanta más.
Pero nadie le dijo al niño que ese es justamente el tren que no termina de ponerse en marcha. El tren de los presidenciables opositores. De ahí no vas a poder arrojar al vacío (qué intención violenta, si la hay) a ningún K. Sencillamente porque no están ahí.

Fijate, cuchá, a veces parece la vieja locomotora a vapor de los 50 de nuestra infancia de niños privilegiados. A veces parece que ves la luz poderosa de la Diésel allá lejos en la curva antes de que escuches su voz de sirena en la noche, la Diésel entrando con toda su majestuosidad en la estación en la que montones esperan con sus valijitas.
Y es todas esas cosas. Capaz que tiene los vidrios de las ventanillas, Mauri, sucios, empañados. Por eso no pudiste ver que adentro está lleno, y sin embargo no deja nadie a pie. Nadie que quiera subirse, ¿viste?. Y encima tampoco expulsa. Es un tren que va andando con toda la polenta de los viejos y gloriosos Ferrocarriles Argentinos. Que capaz que no anda tan rápido como nos gustaría. Que capaz que todavía no pasa por todos los lugares que nos gustaría que pasara.
Pero es inexorable. Y a medida que se llena de pasajeros, se ensancha. Y las ventanillas se abren para disfrutar, no para arrojar a la gente.
No sé si es el tren de la historia. Es el tren que nos estamos tomando. Es el tren por el que soñamos más de una vez.

Que te quede claro, niño. NO es tu tren. Vos quedate con el de la Costa, que te va mejor. Eso sí. Tené cuidado. No te pongas cerca de las ventanillas, o de la puerta, o del paso entre un vagón y otro. Algunos de los que se subieron con vos, tienen unas ganas de detrenizarte (o sea, arrojarte del ídem). Porque los niños ricos nunca comparten su tren, ¿no lo sabías?
"Pueden venir cuantos quieran
que serán tratados bien.
Los que estén en el camino
bienvenidos al tren ..."

lunes, 16 de agosto de 2010

Charla en la catedral

No están en la entrada principal. Apenas en una especie de recibidor sobre el costado derecho. Tan íntimo, tan ad hoc para ellos dos, que parecen sentirse más a gusto que en en salón privado del club del Progreso, entre la boisserie y los bronces, olvidando que están entre las piedras neogóticas que el viejito Bustillo sacó de las montañas de acá al lado nomás.
Pero están tan a gusto...Uno enfrente del otro, como en las causeries de los jueves, del amigo Mansilla.
Sí, adivinaste...Son los vitrales enfrentados en esa entrada lateral de la catedral de los Vuriloches. Avellaneda, con su dedo admonitorio, sobre el mapa que te ilustra sobre tanto territorio a conquistar. Avellaneda, arengando al Congreso, explicando las razones, reflejando su ambición en los ojos ambiciosos de sus amigos oligarcas.
Avellaneda diciendo: "...Es necesario ir directamente a buscar al indio a su guarida para someterlo o expulsarlo ya que nos impide ocupar definitivamente en nombre de la ley, del progreso y de nuestra propia seguridad, los territorios más ricos y más fértiles de la república..."
Y mirándolo más allá del pasillo, el Zorro del Desierto, su ministro de guerra, que le decía, siempre, a quien lo quisiera oír: "Para estos pillos, el pan en una mano y el garrote en la otra..."
No está en esta charla informal, pero debería haber estado, por justo derecho, el Generalísimo, aquel que en sus gajes de periodista solía escribir para los porteños "...hoy nos hallamos en peor estado que el primer día en que emprendimos nuestra cruzada contra los salvajes...las misiones apostólicas son ineficaces. Jamás el corazón del pampa se ha ablandado con el agua del bautismo..."
Hace menos que poco les lavaron la cara a estos vitrales, que tienen, como casi un chascarrillo poco inocente, una hermosísima guarda pampa que rodea a personajes tan siniestros.
Y siguen, tan tranquilos, como si estuvieran en la sala de un club privado, Avellaneda y el Zorro, contándoles a los turistas, qué había que hacer con los verdaderos dueños de la tierra.
La catedral es un edificio muy interesante, piedra neogótica en el medio de la tierra mapuche. Muy interesante, si no fuera el símbolo de un genocidio que, parece, seguimos alabando cada vez que miramos los vidrios coloreados por el sol que viene del lago...

sábado, 14 de agosto de 2010

Un pelotudo sueña el sueño de su vida...


¿Podrá ser que un supuesto "periodista serio" se ponga a escribir esta sarta de pelotudeces? Puede ser. Y el Doctor Argañaraz, amigo cordobés del féis, le da en su blog para que tenga y para que guarde. Ah, y todos somos bloggers K, don Carlos Reymundo Roberts (ya estoy dudando de que exista un nombre así. Si hasta parece de novela miaminesca).



martes, 10 de agosto de 2010

Qué día, che...

Como decían nuestros viejos: hoy, otra vez, de nuevo, reiteradamente...un día peronista.
Sol, sin viento, calorcito a la siesta. Y la primavera que nos hace señas para que la esperemos.
Y buéh. Primavera, sol, pajaritos Qué tanto, acá va el haiku de hoy.



jugo de flores
el colibrí lo guarda
entre sus plumas

sábado, 7 de agosto de 2010

Locos...bajitos...niños.


Feliz día, che. Para los que ahora son bajitos, para los que crecieron y siguen siendo locos. Para los niños que éramos en los lejanos 50, únicos privilegiados que nunca más lo fuimos.

viernes, 6 de agosto de 2010

Las grullas de Hiroshima


Analia lo subió hoy al féis. Y me acordé. Hace tanto, pero tanto que leímos este cuento. Y sin embargo sigue ahí. Como sigue ahí el horror de esa mañana de agosto. No se crean que aprendimos mucho. Estados Unidos reiteradamente hace lo mismo en donde lo considera necesario.


MIL GRULLAS

Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.

Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.

Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.

Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.

Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...

Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.

-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.

Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...

Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...

Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.

Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra... —decía el abuelo—. Todo acaba algún día... —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.

Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:


Lento se apaga
el verano.
Enciendo
lámpara y sonrisas.


Pronto florecerán
los crisantemos.
Espera,
corazón.


Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!

Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca...

Y los dos deseos se cumplieron.

Pero el mundo tenía sus propios planes...

Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.

Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?

"Ahora", Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.

En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.

Dos viejos trenzan bambúes por última vez.

Una docena de chicos canturrea: "Donguri-Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez.

Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.

Miles de hombres piensan en mañana por última vez.

Naomi sale para hacer unos mandados.

Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.

Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.

Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro... —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...

Mil grullas... o "Semba-Tsuru", como se dice en japonés.

Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.

El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.

Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.

Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.

La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.

Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.

No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía.

Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.

Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Tosí-can... Gracias...

-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.

Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes...

Grullas y más grullas.

Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completará las mil... —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.

ELSA BORNEMANN

Una excursión a...


Hemos vuelto. Y como decía el langa de Mansilla, hemos vuelto de una excursión a las tierra de los Vuriloches, que vienen a ser las gentes que viven pasando los cerros, según el diccionario que me compré por allá.
Ahora, las gentes que viven pasando los cerros son los que hacen posible el paraíso turístico: los que te cocinan en el Llao LLao, los que barren la nieve de las calles, los que construyen con las manos heladas los chalecitos tan acogedores (oh, qué término) en los que los turistas se toman su chocolate caliente.
La pasé de puta madre. Y no me avergüenzo de decir que fue gracias a Cristina. Ya sé. No me digas que las vacaciones son fruto de tu esfuerzo personal. Que nada tiene que ver el gobierno. Andáaaaaaaaaaa....¿Sabés qué? Yo también me esforcé, y mucho, durante estos años anteriores. Y no pude salir ni a la vereda de enfrente. Así que, algo tendrá que ver la Cris, ¿no?
Ja, me dirás...Te fuiste diez días a Bariloche porque tu hija vive allá. ¿Y por qué vive allá y no se quedó acá? Porque el lugar de trabajo es la CNEA, porque ESTE gobierno y no otro le está dando impulso a la investigación científica. De lo contrario no podría haberme asomado ni a la ruta, mirá lo que te digo.
Tonce...Flor de excursión me mandé. Caminando todo...Tomando los bondis de línea y los de media distancia...Con toda felicidad me patiné el aguinaldo sciolista.
Es un lugar muy lindo este Bariloche. Muy lindo para los turistas. Muy lindo para los comerciantes y los empresarios. Muy lindo...
Entra la culada de guita en este Bariloche. Que se reinvierte...en la iniciativa privada. Y tenés hoteles de puta madre. Y las aerosillas no se caen. Y los chocolates son cada vez más ricos.
Pero a diez cuadras, ¡diez cuadras! del Centro Cívico, tenés calles anegadas, gente que trabaja todo el año por dos mangos, barrios enteros sin las comodidades mínimas. Sólo preocupate por caminarte diez cuadras por Onelli. O tomate el bondi, si no querés caminar por esas calles tan empinadas que te dejan sin aliento.
Y vas a ver todo lo que no te quieren mostrar. Aunque a veces salte a primera plana de los diarios como con el ajusticiamiento de Bonefoi.
Pero bueno, qué bonito Bariloche. Y algún día, seguro que va a ser todavía más bonito. Ponete las pilas para que falte menos que antes...
(al igual que el Lucio V, seguirán las crónicas de estas vacaciones K. Ah, y todas las fotos que ilustren las notas periodísticas, fueron sacadas con mi camarita digital, comprada con el aguinaldo del año pasado)